DESCENDIENDO EL SANTA CRUZ – DE EL CALAFATE A ISLA PAVÓN
Por Juan Larrague





Seguramente el momento más difícil fue la llegada el miércoles a la tarde al punto de partida. El agua turquesa atropellaba los pilares del puente Charles Fuhr, generando una ola de 1 metro de alto, de la que se desprendían remolinos y vórtices en todas direcciones. Hacía mucho frío y además viento. La salida no tendría nada en común con la cómoda posición de los kayaks en la playita del Molino, en Acassuso, donde la mayoría de nosotros kayakeamos habitualmente.
Se percibìa en el ambiente la sensación de que "hay que pasar los primeros 2 minutos a flote". Después nos arreglaríamos. Todos teníamos claro que nada sería mejor para ir rápido que corriente, ola y viento, todo de popa, pero que es también la condición más propicia para tumbar. Y claramente no era el lugar para tumbar.


Nos fuimos a dormir, pensando que quizás a la mañana siguiente las cosas no se verían tan mal. Error, se veían igual, pero estábamos mal dormidos y hacía un poco más de frío. La etapa tendría "solamente" 105 km, y no estábamos seguros de completar los primeros 500 metros a flote.
A las 9 de la mañana nos largamos (en el oeste de la Patagonia amanece 8.15 hs en esta época del año y con la hora cambiada). Pusimos los kayaks de a uno, paralelos a la orilla, y fuimos saliendo, tratando de no atravesarnos a la corriente. El miedo nos mantuvo a flote y ordenados. Preferimos no tomar fotos que documentaran el pánico.
Si fue el susto lo que permitió pasar el primer desafío, bienvenido haya sido.
Pero a las 10 de la mañana, abrigados, íbamos navegando felices, en formación, bajo un sol brillante y un viento fresco que nos empujaba hacia adelante.
Ese primer día remamos y mucho. La velocidad del río no es constante, y pasada la etapa de rápidos inicial, entramos en un cauce más calmo y llevadero. Todavía no teníamos estándares de nuestro ritmo, así que tratamos de darle y darle. Teníamos conciencia que una llegada nocturna, hipotérmica, a nuestro primer campamento era algo que debíamos evitar. Primero a remar, si luego había tiempo para otra cosa sería bienvenido.


Volvieron a aparecer estrecheces del río, islas y rápidos. A un rato de tranquilidad venía otro de velocidad, con hasta 12 o 14 km/h de corriente en el centro del río. Pasamos por una zona de bajos, difíciles de sortear cuando el río no está tan alto como en esta oportunidad. Aprovechamos para parar en una de las islas de canto rodado, donde fue fácil hacer nuestra primera recalada. Comimos nuestras raciones y salimos a darle duro otro rato.
Nos dijimos que no pararíamos a almorzar hasta el kilómetro 60. Necesitábamos estar seguros de que la remada de la tarde sería más corta que la de la mañana. Nadie discutió y le seguimos dando. Alrededor de las 14.30 hs habíamos cubierto el objetivo y buscamos un lugar para el almuerzo en base a sándwiches preparados con el corderito de la noche anterior.
La tarde fue bien trabajada. El río no era tan rápido en esta zona y hubo que palear intensamente. Nadie chistaba, y ahora mientras escribo me parece que hubiera sido fácil. No lo fue. Pero a las 7.30 de la tarde, cuando todavía quedaban casi dos horas de sol, llegamos a Condor Cliff, el anhelado primer destino. Dejamos los kayaks y fuimos caminando al campamento, situado en el puesto de estancia, en una hermosa arboleda pegada a la barranca, ubicada a más de 1 km de la costa.


Nadie pasó frío. Llegamos muy cansados pero enteros. Nos cambiamos y antes de la cena hicimos una hermosa caminata y trepada a la barranca de unos 100 metros de alto. Desde allí se observaba el cauce del río, el maravilloso cañón por el que corre y la puesta del sol aguas arriba. Nos sentamos un rato a contemplar el paisaje, y nos fuimos al campamento.Cena con pollo a las brasas, y campamento silencioso. Todos dormimos bien esa noche. El susto mayor había pasado, y habíamos recorrido casi un tercio del trayecto, en un día tan arduo como gratificante.
A la mañana siguiente repetimos la rutina de la mañana anterior, pero mucho más seguros de nosotros mismos. A las 9 estábamos en el agua, para lo que nos levantábamos a las 7 a desayunar y preparar todo. Era una mañana gris pero no tan fría. Preveíamos una jornada algo menos ardua que la primera.
Nuevamente alternamos zonas rápidas, donde aparecían los temibles remolinos, que desviaban a los kayaks de su línea, y obligaban a recorridos zigzagueantes, donde lo más inteligente parecía ser no pelearle al río, sino intentar acompañar sus arrebatos.
Hubo dos complicaciones que no pasaron a mayores gracias a la habilidad y concentración del grupo. Un tumbo cerca de la orilla, con el kayak enganchado en una rama, que no pasó a mayores, justamente por estar casi en la orilla, y una rotura de timón, que fue reparada rápidamente, en un improvisado descanso que se aprovechó para comer.
Los tramos más tranquilos servían para apreciar el increíble paisaje patagónico. El río de unos 100 a 250 metros de ancho corre por el fondo de un cañón de unos 100 metros de profundidad y varios kilómetros de ancho. Las márgenes, vistas desde el río parecen montañas, aunque son las laderas de una quebrada que corta la inacabable estepa patagónica. En algunos sectores el río corre por el centro del valle, y sus orillas son suaves a ambas márgenes. En otros lugares el río se recuesta sobre alguna de las barrancas, con pendientes rocosas y empinadas. Sobre las pendientes más suaves crecen pastizales, y durante el trayecto pudimos ver innumerables manadas de guanacos, ñandúes, tropillas de caballos salvajes y hasta zorros. Hubo escenas simpáticas, como la de un ñandú corriendo por sobre la barranca, muy cerca nuestro, a la par de los kayaks durante varios kilómetros.
Las vistas variaban según el momento del día, la luz del sol o la llovizna, pero el agua del río mantenía su inalterable color turquesa. Un gran momento fue la parada para el almuerzo en una pequeña caleta pegada a la escarpada margen, denominada "Bahía de los Fósiles", que permitió a muchos de nosotros trepar hasta lo más alto de los riscos, aprovechando que el buen ritmo de la mañana dejó algún margen para la exploración. Hubo vistas increíbles para los que treparon y conversaciones inolvidables para los que se quedaron en la caleta.

La tarde fue tranquila, y ya confiados en nuestras fuerzas, llegamos a la Estancia La Barrancosa a la hora señalada. Quizás pueda parecer natural la descripción. No lo es tanto que 15 kayakistas remen durante 8 a 10 horas por día, sin separarse, esperando los más rápidos a los que lo son menos, los que están momentáneamente frescos a los que se sienten cansados, en algunos casos los primeros se transforman en los segundos. Remando firme, pero siempre con el aliento para la broma, el cuento bote a bote, o el "mirá este atardecer y disfrutalo que lo vamos a recordar toda la vida". Creo que el secreto para este increíble grupo de amigos, veteranos de tantas aventuras, viajes y carreras, es que además de ser buena gente, y con objetivos similares el grupo está muy pulido. Nos conocemos mucho. Ya sabemos lo que tenemos que saber, sin necesidad de explicación. Y así vamos.


La Barrancosa, fue una experiencia maravillosa. Dormimos en un galpón de esquila abandonado, pero en perfecto estado. Fue el único campamento en donde no fue necesario armar las carpas. Muy cerca del campamento hay una zona de riscos, con cuevas, casi todas ellas guaridas de pumas. Hicimos una escalada "casi" técnica, con puntas de pies y manos, hasta lo más alto. Entramos a las cuevas, y descubrimos gran cantidad de osamentas de guanacos, resabios de los botines de los pumas. Afortunadamente no había ningún puma por allí, aunque sí varios zorros tímidos y asustadizos. El anochecer fue muy divertido porque un pequeño grupo de energúmenos trató de jugar a hacer avalanchas tirando grandes rocas desde la cima de los riscos. Diversión sana, hasta la vuelta al campamento a comer ravioles con estofado, y a dormir, luego de un par de horas de fogón en la noche fría y estrellada.
Al tercer día salimos como veteranos consumados, descontando que la etapa más corta de apenas 65 km de longitud sería un trámite más o menos negociable.
El trayecto más breve fue quizás el más intenso. Llegamos a 24 km/hora de velocidad, en un itinerario plagado de zonas de grandes remolinos. Era como cuando se saca el tapón de la bañadera, pero el cilindro que se forma tiene un metro de ancho y 1 metro de profundidad. En una zona de 500 metros de longitud, uno tenía que esquivar un remolino tras otro. Cuando no se lo esquivaba venía el cimbronazo y el kayak salía disparado en la dirección de la rotación, yendo en muchos casos a parar a otro, como si se tratara de un pin ball. Un momento de zozobra se produjo cuando el kayak simple, mucho más pequeño, fue tomado por un remolino, y se hundió hasta la mitad del bote, antes de que saliera despedido hacia arriba, afortunadamente sin producir una "tumbada" en una zona tan peligrosa.
Una condición especial de este día fue la llovizna de la etapa de mañana, que no alcanzó a mojar nuestros ánimos, y dio sin embargo otro matiz al paisaje y a la expedición en general. Almorzamos en la playa de la estancia "La Marina", administrada por un amigo, pero vacía al momento de nuestra visita.



El día se hizo igualmente largo, porque en algunos sectores más calmos aprovechábamos para juntar los kayaks y conversar un rato maravillados por el paisaje, que no cambiaba radicalmente, pero que la presencia de los animales, la mayor o menor cercanía a las barrancas y la condición del día, le daban siempre matices diferentes. El grupo de fotógrafos que integró la expedición se encargó de captar esos momentos indescriptibles.
Otra cosa notable para nosotros, pero seguramente obvia para quien conozca la zona, es que no vimos ser humano, a lo largo de más de trescientos kilómetros y 4 días de recorrido.
En la jornada más corta pero no menos intensa, llegamos a Los Plateados, donde armamos uno de los mejores campamentos, dentro de una arboleda pegada al río. Los kayaks los dejamos en una pequeña entrada del río, que nos permitió gracias a la hora, y a la tranquilidad de sus aguas, darnos el primer baño del viaje.
Cena con pollo al disco y fogón hasta tarde. Recordaremos cada una de esas noches.

El cuarto día, con más de 70 km de remada, sería especial. Por imperiosa necesidad alguno de los miembros de la expedición debía tomar el avión de esa misma noche en Río Gallegos. Estábamos obligados a llegar antes de las 4 de la tarde, lo que gracias al cambio de hora de la noche del sábado se transformaría en las 3 de la tarde, tiempo justo y suficiente para "volar" de Piedrabuena a Gallegos y tomar el avión de las 7.
Nos despertamos muy temprano y salimos antes del amanecer. Remamos y remamos. Sabíamos que lo lograríamos, pero no debía haber contratiempos. Nos reservamos una única parada en el hermoso paraje Puesto Rodrigo. Sándwiches y cuentos breves y a los kayaks nuevamente.
Remamos creo que como nunca lo hicimos antes, y de a poco nos fuimos acercando a la mítica Isla Pavón. Estábamos más cansados pero también más fuertes. El paisaje se fue poniendo cada vez más verde denunciando la presencia de civilización. Comenzaron a aparecer alamedas en las riberas, y cuando nos encontramos con la isla, la rodeamos por la izquierda, y llegamos a la playita de la hostería. Como siempre, tomamos velocidad y entramos perpendicularmente a la costa, tratando de que los kayaks treparan con el impulso. Habían sido las últimas remadas.
Nos bajamos, nos abrazamos y espontáneamente corrimos a tirarnos al río. Nos bañamos en el agua helada entre gritos y festejos. Misión cumplida, sin bajas. Estábamos todos juntos, como al principio.
Nos sacamos las ropas mojadas y nos pusimos la ropa de la bolsa estanca. Así caminando nos fuimos a la antigua casita del Gran Piedrabuena. Leímos los relatos del Capitán, vimos los planos de puño y letra de Moyano y las cartas del Perito Moreno. La gente del lugar nos dijo que era la primera vez que una expedición con 15 kayakistas bajaban completo el Santa Cruz. En agosto, todos los años, 4 o 5 kayakistas sureños homenajean a Piedrabuena, haciendo la bajada. No hay muchos más.
Nosotros 15 lo hicimos, y lo disfrutamos haciéndolo. Planeando todo para que saliera como salió. Y para recordarlo toda la vida.
Nos preparamos para el frío y el viento. Entrenamos para remar 10 horas por día, o más si era necesario. Nos mentalizamos para no cometer errores, para remar durante 4 días y si era posible no tumbar nunca. Pero también para saber qué hacer si tumbábamos. Para remar con corriente y sin ella.
Y para estar juntos. Salir todos y llegar todos.
Y lo hicimos.

Anexo1
BREVE RESEÑA HISTÓRICA
En abril de 1834 el Cap. Robert Fitz Roy acompañado del joven naturalista Charles Darwin remontan el Río Santa Cruz buscando sus nacientes, que imaginan en el Lago Viedma, descubierto por Antonio de Viedma en 1782. Luego de un mes de intenso trajín, desisten del intento a pocos kilómetros del objetivo, y continúan con el increíble viaje de 5 años que haría tambalear las bases del conocimiento científico y religioso de la época.
En 1873 el joven oficial de marina argentino Valentín Feilberg completa por primera vez el recorrido, antecediendo sólo por cuatro años al épico viaje de Francisco Moreno y Carlos Moyano, que comprueban que se trataba de otro lago, vinculado al Viedma por un corto río. Llaman Lago Argentino al nuevo descubrimiento, y Río Leona, al que une ambos lagos.
Luis Piedrabuena, pionero de nuestros mares australes, llega a la que denomina Isla Pavón, en la desembocadura del Río Santa Cruz, en 1859. Desde allí desempeñará su heroico papel en defensa de la soberanía nacional, construyendo la pequeña casita hoy convertida en Museo, recorriendo los mares, socorriendo naufragios y manteniendo en alto el pabellón argentino en una región abandonada por nuestros gobiernos y codiciada por varias potencias extranjeras. Sus hazañas, admiradas por el mundo entero y poco conocidas en nuestro país, constituyen el acerbo histórico del que se enorgullecen los actuales pobladores de la ciudad a la que dio nombre, emplazada frente a la isla, en la orilla norte del río.
El joven Carlos María Moyano, seguidor de Piedrabuena y compañero de aventuras de Moreno, se estableció en la Isla Pavón, para convertirse en el primer gobernador argentino de la Patagonia Austral.

Anexo2
ALGO DE PLANIFICACIÓN
Fueron varios meses de planificación. Se programó bajar el río en 4 etapas, de 80 km en promedio cada una. Se coordinaron los puntos de acampe y asistencia terrestre
(provista por el invalorable Miguel Garrido, de Piedrabuena, 02962 497560: mmiguelgarrido@hotmail.com , http://www.steelheadsantacruz.com.ar/)
Etapas:
Charles Fuhr (puente sobre la Ruta 40): primer campamento en el punto de partida.
Paraje Cóndor Cliff (km 105): antiguo paraje para cruce del río.
Estancia La Barrancosa (km 185): antigua estancia deshabitada.
Puesto El Plateado (km 250): otro puesto de estancia deshabitado
Isla Pavón (km 320): el objeto de nuestros anhelos
Se decidió el transporte de 7 kayaks dobles (6 alquilados a Gustavo Feldman de M&G Kayaks) y 1 simple desde Buenos Aires. Los 15 kayakistas entrenamos los últimos meses para ponernos a tono con el desafío. Se estableció la premisa de que todos debíamos navegar juntos, y con ese objetivo se armaron parejas equilibradas en cuanto a la experiencia de sus componentes. Resultaron así: Germán Pando y Pinco Benítez Cruz, Bloblo Eiras y Jefe Tagle, Fede Sisto y Tino Caminos, Palico Millé y Charlie Christensen, Guillo Dietrich y Marcos Górgolas, Pablo del Franco y Mariano Robles, los hermanos Alberto y Fernando Beunza, y Juan Larrague en el simple.
Hubo algunas estimaciones previas, que ajustaron bastante bien a lo que ocurrió luego. La corriente del río correría a unos 6 km/h en promedio, por lo que si podíamos remar a 7 u 8 km/h adicionales, esquivando remolinos y remansos, cuidándonos de no tumbar en las frías aguas, podríamos completar cada etapa en unas 7 u 8 horas netas de remo, más un par de horas en paradas para comer y demás. La primera etapa sería la más larga de todas, y el primer gran desafío a cumplir.
La ropa básica elegida por todos fue ésta:
medias de neoprene y zapatillas ligeras de remar;
calza larga en general y corta para algunos, bajo el cubrecockpit de neoprene;
camiseta de lycra ajustada;
camiseta de neoprene fino con mangas de lycra, para kayak;
rompevientos liviano de Goretex.
En algunos casos al mediodía se podía sacar la camiseta de neoprene o el rompevientos. Para todos chaleco salvavidas 100 % del tiempo, y bolsa estanca con una muda completa y elementos de seguridad en los tambuchos.